martes, 5 de abril de 2011

El Engaño

Mantener una relación amorosa a dos bandas no es una señal de libertad, sino que tiene un origen neurótico. Quien engaña a su pareja, sólo se engaña a sí mismo. La persona infiel ignora que permanece encadenada a deseos inconscientes que lo obligan a mantener lazos patológicos.
Hay personas que parecen marcadas por un destino amoroso en el que la infidelidad casi siempre está presente. No saben por qué se enamoran de alguien que está comprometido o por qué soportan a alguien que les engaña continuamente. Todos hemos conocido alguna historia, más o menos cercana, en la que la infidelidad de uno hacía sufrir a otro. Incluso hemos pensado qué haríamos si nos sucediera a nosotros. Y es que se pueden entender rápidamente los sentimientos de rechazo que produce la infidelidad, pero se necesita tiempo para comprender la estructura psicológica que explica su existencia. 


La tendencia a organizar triángulos amorosos y ser infieles tiene un origen neurótico. No es una señal de libertad, ni de potencia, como creen algunos. Más bien de todo lo contrario. El infiel ignora que permanece encadenado a deseos inconscientes que dominan sus afectos, obligándole a mantener lazos patológicos con los primeros objetos de amor. Se niega a aceptar la experiencia remota por la que fue separado de su madre al entrar en esa relación dual el padre. La díada fidelidad-infidelidad va siempre unida y de su equilibrio depende nuestro bienestar. El prototipo ideal de fidelidad inalcanzable es la relación que mantienen una madre y su hijo. La madre es fundamental para responder a todos los requerimientos del bebé. Cuida y ama a su hijo y no le abandona nunca, pero, por supuesto, le acabará siendo infiel. Los sentimientos de exclusión y engaño constituyen experiencias por las que todos pasamos en nuestros primeros años de vida. 


Manejar la libertad



Superar las vicisitudes de ese impacto emocional nos hace interiorizar una ética que se inscribe en nuestra condición erótica, de tal manera que nos enseña a manejar nuestra libertad en beneficio propio y de aquellos a los que atañen nuestros actos. Ahora bien, puede ser que las relaciones afectivas que hemos vivido hayan quedado mal instaladas en nuestro mundo interno y que eso complique nuestras futuras relaciones, tanto amorosas como sexuales. 




Perjudicados


La persona que engaña a otro no ejerce del todo su libertad. Lo que en realidad está ejerciendo es la neurosis que le habita, aunque se engañe a sí mismo y crea que sólo engaña a su pareja. No hay infidelidad sin un tercero que quede perjudicado. A veces se es infiel contra alguien, en lugar de a favor del amante. El hombre que elige como amante a una mujer con pareja está enredado en una maraña sentimental que incluye también al otro hombre. Según Freud, es el complejo materno una de las razones que abocan a la infidelidad. Este complejo consiste en haberse quedado prendido a la madre más de lo conveniente, lo que hace que el hombre disocie en su inconsciente a la mujer sexuada por un lado y a la madre sin sexo por otro. De esta forma, quiere a la que no desea y desea a la que no quiere, y mantiene en su deseo a las dos: a la mujer y a la amante.
¿QUÉ NOS PASA? 



• La relación de pareja evoca fantasías inconscientes que remiten a nuestros primeros lazos amorosos. Si las relaciones edípicas con los padres no se elaboraron adecuadamente, la infi delidad a la pareja actual puede estar determinada por la fi delidad a un objeto amoroso infantil. 



• En el caso de que sea la mujer la que crea vínculos amorosos donde siempre hay otra, se crearía una rebelión inconsciente contra un padre que ella ha creado como poco atento. Y también una aproximación a esa mujer que ha disfrutado de la sexualidad con ese hombre antes que ella. 



• El hombre que elige como amante a una mujer con pareja está enredado en una maraña sentimental que incluye también al otro hombre. Su rivalidad tendría como transfondo una relación ambivalente con el padre y una pregunta: ¿cómo es el otro con esta mujer? 



¿QUÉ PODEMOS HACER? 



• Reflexionar sobre cómo y cuándo se impone el deseo de trasgredir y pensar si ello produce una sensación de libertad. Esto sucede cuando se vive a la pareja como algo que constriñe y se la coloca en el lugar de la madre o del padre. 



 En ocasiones, confesar la infi delidad a la pareja sin refl exionar primero, es una forma de buscar un castigo. 



• Cuando los triángulos amorosos se mantienen en el tiempo, existe una complicidad inconsciente entre los tres miembros que intervienen en la relación. El tercero perjudicado puede optar por negar la situación y no querer enterarse. 



• Si el impulso a desear la mujer de otro o el hombre de otra se repite en la vida, sería conveniente acudir a una psicoterapia para resolver esa tendencia inconsciente que marca la elección de pareja.

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